2 Agosto 2019

Los regalos ofrecidos por Luis XIV al Santo Sepulcro de Jerusalén

Uno de los conjuntos más sorprendentes de la orfebrería religiosa francesa, donada por el rey Luis XIV a la Tierra Santa, es conservada por la Custodia franciscana de Jerusalén desde el siglo XVII. Las más bellas piezas son presentadas en la futura sala del Terra Sancta Museum dedica a los regalos franceses. Michèle Bimbenet, conservador general del departamento de Objetos de arte del Museo del Louvre y miembro del Comité Científico internacional nos da acceso a la historia de esta adquisición particular. 

[ESP]Vista debajo del cáliz en plata dorada donada por Louis XIV realizada por Nicolas Dolin[/ESP]

Sabemos cuando la orfebrería francesa fue regularmente destruída a lo largo del Antiguo Régimen, a la iniciativa misma de los soberanos que se esforzaban por alimentar los hostales de las Monedas para financiar sus campañas militares. Luis XIV fue sin duda en este aspecto más destructor que la misma Revolución francesa: sus principales órdenes de fundido, promulgadas en 1689 y 1709, redujeron a nada no solamente la orfebrería de sus fieles súbditos, pero también todo este entorno de metal preciado que conformaba su gloria, desde el mobiliario de plata de sus palacios hasta la vajilla de oro de su mesa.

A falta de un buen número de obras conservadas, es entonces particularmente difícil de reconstruir la orfebrería de las capillas reales, aún cuando los archivos de la  complicada gestión del guardarropa contienen descripciones bastante precisas. Por lo tanto,durante todo el reino de Luis XIV, un buen número de conjuntos de objetos litúrgicos fueron comandados para el servicio del rey y de la reina, tanto a Versalles que en otras residencias reales y cada uno de los príncipes de la familia real era igualmente gratificado.

 

Conquistar la gracia del Custodio de la Tierra Santa 

Es en este contexto que conviene estudiar uno de los objetos más sorprendentes de la orfebrería religiosa francesa todavía ligada al nombre de Luis XIV: la capilla bermellón donada por el rey de Francia al Santo Sepulcro, y que es todavía preciosamente conservada por los Franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Los reyes de Francia no fueron los únicos príncipes europeos a beneficiarse de sus presentes el Santo Sepulcro, pero su generosidad se manifiesta en el transcurso del siglo XVIII de manera muy particular. Desde 1516, fecha de la toma de los Lugares Santo por los Otomanos, los soberanos franceses habían hecho de la protección de los intereses cristianos de Palestina uno de los argumentos para mostrar la alianza franco-otomana. Esta política oriental iniciada por Francisco I en el tiempo de Soleiman el Magnífico, propia a la Francia y amargamente criticada por los vecinos de Europa, tenía la ventaja de conciliar los intereses políticos y económicos del “Rey muy cristiano”. No era exenta de segundas  intenciones, como una cierta voluntad de proteger los Lugares Santos que se había traducido, bajo Louis XIII, con la efímera tentativa de instalar un cónsul francés Jerusalén. No sorprende entonces que Luis XIV herede la política de sus antecesores y busque, por medio de dones espléndidos, de conquistar la gratitud del Custodio de Tierra Santa.

El primer presente, cuyos sellos nos indican que data de 1654, le era entonces destinado: se trataba de una  impresionante cruz de plata dorada con pedrería facetadas, en mesa o cabujón, con una asta decorada de flor de lis, de cerca dedos metros de largo. La parte somital toma la forma de un tempietto bordeao de columnas helicoidales y cubierto de un domo, en el centro del cual se encuentra la figura de san Luis tenendo su setro de la mano derecha y, con la mano izquierda la corona de espinas y clavos de la Pasión. Se ignora que tipo de recepción se le dió a este sumptuoso presente, pero sin duda la generosidad del rei no tuvo un efecto memorable porque, diez años más tarde, en 1664, el rey renovó su gesto poco después de la eleccipon de un nuevo cutodio. Esta vez se trataba de un magífnico cálice en plata dorada con una inscripción garvada ” LUDOVICUS. DECIMUS. QUARTUS. 1664 ”, ciselada de la baso con el escudo real de las armas de Francia y de Navarra y de la figura de San Luis, ornada en la parte somital de representaciones de Cristo, de San Antonio de Padova y de el santo Francisco, dipuestas en nichos y ciseladas sobre la copa falsa de las escenas de Flagelación, la Crusifixión y de a Resurección. El calice lleva todavía la marca de los lugares dónde etaba engarcada la pedredia, la cual, al igual que la cruz ofrecida en 1654, estaban engastadas. Una patena en plata dorada, ciselada de una Asunción, le hacía compañia, como tal vez autres objets hoy perdidos.

El orfebre parisino Nicolas Dolin

Marcados por un cinselado preciso y vigoroso, los tres objetos conservados en el Santo Sepulcro están firmados por el sello del platero parisino Nicolas Dolin. Este gran orfebre, cuyo taller estuvo activo desde 1648 hasta 1684, es conocido por la calidad de sus obras religiosas, por ejemplo, la muy completa capilla  guardada en el tesoro de la catedral de Troyes que ejecutó entre 1665 y 1667 para el castillo de Villacerf, que es uno de los pocos conjuntos que aún se conservan en Francia. El cáliz está cincelado con episodios de la vida de la Virgen y la patena, un Pentecostés, donde la presencia de María, personificación de la Iglesia, confirma el tema mariano del conjunto ofrecido al obispo. Las otras obras conocidas de Nicolas Dolin, todas monjas, demuestran hasta qué punto el orfebre sabía interpretar con igual talento las escenas de los Evangelios inspiradas en obras de piedad y los motivos ornamentales del repertorio secular adaptados delicadamente a los requisitos de la liturgia. Los regalos únicos ofrecidos explícitamente por Luis XIV a la Custodia de Jerusalén; las obras de Nicolas Dolin no son los únicos objetos litúrgicos franceses que aún se conservan en el Santo Sepulcro.

Desde el reinado de Luis XIV subsiste todavía un hermoso cáliz dorado plateado con su patena, cuyo donante permanece en el anonimato. Ejecutado por un orfebre parisino alrededor de 1659-1660, el cáliz está totalmente  cinselado con episodios de la infancia de Jesús, todos dispuestos en cartuchos llenos de flores separados por cabezas de ángeles. Sin duda el cáliz estaba destinado, en virtud de su iconografía, a la Basílica de Belén. Entre otros artefactos franceses que aún se conservan en la tesorería del Santo Sepulcro, mencionemos finalmente un espléndido ciborium de plata dorada que fue ejecutado en París por el orfebre Jean Hubé en 1668. Resumido por el Cristo resucitado en la protuberancia redonda transportada por las nubes, está completamente cincelado con episodios bíblicos que prefiguran la Eucaristía o ilustran la Pasión. Sabemos cuánto han dibujado los orfebres franceses en las ediciones ilustradas del Renacimiento de Lyon para interpretar estas escenas, la encantadora vivacidad y la elegancia, que hicieron su reputación como cinceladores: las obras conservadas en el Santo Sepulcro ilustran perfectamente su capacidad para modelar los cuerpos, crear figuras únicas, caras o posturas y, por los sutiles contrastes que se oponen a las superficies pulidas o amatizadas, jugar magníficamente con la luz.

Todo esto es sin duda un rápido resumen sobre las suntuosas obras de arte cuya intensa piedad de los peregrinos y los soberanos de Europa otorgó durantes siglos los santuarios de los Lugares Santos. Pero, tratándose de orfebrería francesa, los presentes de Luis XIV permiten evocar las capillas palatinas desaparecidas y , más allá del gesto político del soberano, de comprender mejor la importancia de esta orfebrería litúrgica de la Reforma católica cuyas decoraciones, inspiradas de los textos bíblicos, tenían la vocación de apoyar a la educación al igual que alimentar la fe de los fieles.

Extracto del artículo escrito para el numero de Tierra Santa Magazine de marzo-avril 2011 a la ociasión de la exposición en el Castillo de Versalles intitulada “una capilla para el Rey a la ocasión del tricentenario del edificio”.

 

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